Javier Álvarez

Este año, la Convención sobre los Derechos del Niño cumple 35 años, y el diario El Comercio, 185. ¡Felicidades a los dos!

Cuando el Diario vio por primera vez la luz, nos tardaríamos la apreciable cifra de 150 años –”confía en el tiempo”, diría don Quijote– para que los derechos de los niños y niñas se consagrasen en un documento de máximos en el que los preceptos de la no discriminación, interés superior del niño, derecho a la vida, la supervivencia, desarrollo y la participación se hicieran leyes de obligado cumplimiento. Hoy ya son 190 los países que han ratificado la convención haciéndola el documento legal con mayor consenso internacional en la historia del planeta.

Pero hoy más que nunca nos preguntamos si como padres, educadores, estados estamos asegurándoles a nuestros niños y niñas estos derechos.

Tomemos la educación como un ejemplo.

En el Perú, las profundas brechas del campo educativo siguen dejando atrás a miles de niños, especialmente a aquellos que viven en situaciones más vulnerables. La voluntad de aprender de los estudiantes debe ir acompañada de las condiciones que faciliten un aprendizaje constante y de calidad. Las recordaremos aquí: docentes formados y motivados; una escuela con acceso a agua, saneamiento, electricidad, zonas de recreo; materiales didácticos modernos y acceso a Internet. No es una quimera, sino algo que el Perú debe dar a sus estudiantes independientemente de su condición socioeconómica, étnica o geográfica. Solo un 11,8% de los niños que cursan segundo de primaria en las escuelas rurales de las comunidades más pobres alcanzan el nivel satisfactorio en lectura; en las escuelas privadas de más alto costo, este logro es del 77,6% de sus estudiantes.

Cerrar estas brechas no es tarea fácil ni debemos de centrarnos en un solo frente como la siempre necesaria inversión en infraestructura o el desarrollo de las capacidades docentes. El primer punto de partida debe darse en los primeros tres años de vida de cada estudiante, etapa ideal para la adquisición de habilidades cognitivas y lingüísticas básicas, las destrezas sociales y el desarrollo emocional. Estos primeros años son los más importantes para el desarrollo cerebral. Cada experiencia sensorial que se experimenta contribuye a moldear el cerebro para pensar, sentir, moverse y aprender.

Lamentablemente en el Perú, donde la escolaridad se inicia a los 3 años, hay un 43% de niñas y niños de entre 6 y 36 meses que padece anemia, enfermedad que reduce en 9% el coeficiente intelectual del niño o niña que la padeció. Es decir, casi la mitad de los estudiantes peruanos inician su escolaridad en condiciones desventajosas.

Promover el desarrollo infantil temprano es sentar bases sólidas para el logro de aquellos aprendizajes que servirán para toda la vida y garantizarán su bienestar. Si apostamos por ese camino, tendremos la certeza de que la educación cumplirá su objetivo de preparar a cada niña y niño para ser una persona respetuosa, responsable, pacífica y cuidadosa con el medio ambiente, como lo establece la Convención sobre los Derechos del Niño. Aseguremos a las generaciones más jóvenes una educación de calidad que les permita afrontar los retos del siglo XXI y los desafíos que el desarrollo tecnológico les impone.

Es hora de apostar por un país donde niños, niñas y adolescentes vayan a la escuela con la certeza de que aprenderán. Es hora de dotarlos de una educación que les permita construir el país en el que nadie se queda atrás que tanto anhelamos y necesitamos.

Javier Álvarez es representante de Unicef en el Perú

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