Pedro Ortiz Bisso

La pregunta que resume la presencia peruana en la segunda fecha de la Copa Libertadores es una sola: ¿por qué?

¿Por qué le anularon ese gol a Valera? ¿Por qué no entró ese balazo de Álex que casi rompe el travesaño barranquillero? ¿Por qué no cobraron penal la agresión al ‘Tunche’? ¿Por qué a Restrepo le cuesta ser atrevido? ¿Por qué De Santis en lugar de querer romper el arco, no cruzó la pelota? ¿Por qué no jugó Barcos? ¿Por qué nos hacen goles en los últimos minutos? ¿Por qué a los clubes peruanos siempre les falta diez céntimos para llegar al sol?

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La última pregunta es clave. Todos los años hinchas y periodistas nos devanamos los sesos preguntándonos por qué Zutano pateó de una manera y no de otra, por qué el técnico Mengano no cambió al delantero Perencejo o por qué los árbitros -y ahora el VAR- parecen ser parte de una vieja confabulación en nuestra contra. Ni después de la escandalosa mano de Ruidíaz que permitió ganarle a Brasil hemos dejado de quejarnos de los encargados de dictar justicia. El habitual colofón tras estas dolorosas sesiones de preguntas infinitas es indignarnos por nuestro poco peso dirigencial, culpar a Lozano, maldecir a Burga o recordar a Delfino. Y así todos los años. No hay pierde.

A diferencia de una selección, los clubes tienen más posibilidades de mejorar su rendimiento porque pueden reforzarse con jugadores en puestos donde cojean, al margen de su nacionalidad. Sus entrenadores cuentan con períodos más prolongados para trabajar con sus planteles y hasta pueden tener a mano mayores facilidades logísticas que el propio combinado nacional.

A todos nos gusta ganar, pero sería mezquino no reconocer que en estas dos primeras fechas Universitario compitió frente a rivales potencialmente superiores e incluso logró superarlos en varios momentos. Lo mismo ocurrió con Alianza Lima, a pesar de lo frustrante que significó haber errado tantos goles frente a Fluminense y perder en el último instante con un club ganable como Cerro Porteño.

Sin embargo, siempre hay un límite. Y en el caso del fútbol peruano esa frontera está muy marcada. Detrás existen las múltiples deficiencias en la competencia interna, la precariedad institucional y la permanente desorganización. Es posible que uno o más clubes puedan quebrar esa norma no escrita y alcanzar una posición de privilegio (lo hizo Melgar un par de años atrás y mucho antes Cienciano, Cristal y la propia U), pero son solo fogonazos, alegrías súbitas, efímeras, que no están sostenidas en trabajos coordinados y eficientes que les permitan ser parte de una feliz continuidad.

El último llamado para pisar tierra lo dio esta semana la Comisión de Licencias que le informó a Juan Aurich, hora antes de su debut en la Liga 2, que su licencia había sido denegada. El jueves le tocó el turno a Unión Huaral. ¿Es serio esto? ¿En estas condiciones podemos pretender alcanzar la élite del balompié? Estas preguntas sí tienen respuesta: Es el fútbol peruano, pe.

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