Julio Villanueva Chang

El archivo de El Comercio tiene la virtud de guardar en él material imprescindible para entender el Perú. Esta entrevista fue realizada en 1999 a uno de nuestros mayores pensadores, Luis Jaime Cisneros Vizquerra; y si bien su vigencia demuestra la lucidez del entrevistado, también es una señal de que el Perú, más que avanzar, da vueltas en círculos.

— Jugando al inocente, es decir, corrigiendo la pregunta de un novelesco periodista, ¿realmente se jodió el Perú?

Sí, y fue después de la Guerra con Chile. Pero creo que hemos contribuido todos nosotros, porque nos ha faltado una clara conciencia cívica. Todo lo que nos ha sucedido en materia política -y me refiero también a los ciudadanos- está en relación a una escasa conciencia cívica, es decir, a un fracaso de la responsabilidad de la escuela en materia de formación cívica. La escuela no ha contribuido a formar ciudadanos y, en consecuencia, ha generado indiferencia. Hay dos maneras de ser indiferente en política: la que se traduce en que a uno no le interesan las cosas públicas y otra en que lo único que a uno le interesa es cómo aprovechar la presencia de amigos en las esferas del Gobierno para que le consigan chambas y oportunidades. Eso es todo.

— Nuestros políticos se preocupan por llegar al poder y no por gobernar...

A eso me refiero: la política supone, desde los griegos, una preocupación por la ciudad y el hombre, que no es una inquietud por un tiempo fijo, que dure tres años o cinco, sino una preocupación constante. Yo tengo muy presentes las clases de educación cívica que recibí en Argentina, donde nuestra obligación era leer los periódicos. Lo único que hacíamos en clase era comentar lo que habíamos leído. Leer los periódicos significaba enterarse no solamente de lo que había ocurrido en el país, sino qué sucedía en América y en el mundo. Yo descubrí en los periódicos lo que significaba Gandhi en la India y la guerra del Chaco, en la que fui partidario de los paraguayos. Ésa era la clase de educación cívica en el colegio. Aquí está reducida a esas discusiones ingenuas de ver si el árbol del escudo nacional no es la quinua, sino la quina, si es el guanaco y no la llama, definiciones importantes, pero que no conducen a una conciencia cívica, porque todo queda en el plano de la información.

— No estará tratando de simplificar al decir que el fracaso de la política en el Perú es consecuencia de una deficiente educación cívica.

No. Lo que ocurre es que, como fruto de esa educación, lo único que te interesa es el poder. Ser diputado, ser alcalde, ser presidente te da poder, pero el poder dura cinco años. El gobierno de una ciudad implica una preocupación que se transmite de generación en generación y eso no dura cinco años.

— ¿Cuál es el error político más grave que se ha cometido?

No decir la verdad ha sido lo más grave. Consentir la mentira, la media tinta, el eufemismo. La conciencia de que muchas veces si dices la verdad no vas a obtener el favor popular. En los últimos tiempos, esta desfiguración se ha agravado en los partidos políticos, pero también ha aumentado el afán con el que ahora la gente joven defiende sus inquietudes y convicciones, y ello tiene una sola comprobación: los muchachos son los que más creen en la verdad y se han dado cuenta de cómo su ausencia de los discursos ha ido empañando la vida política. No es un tema de la universidad o de la política, sino del individuo. La salud mental de una persona empieza de hecho por el ejercicio de la verdad.

— ¿Han sido nuestros políticos siempre tan mentirosos?

Los únicos que manejan la verdad son los médicos. Porque te dicen que tienes cáncer y no un resfrío.

— ¿Qué diferencias hay entre la política de las dos mitades del siglo?

Se puede dividir en dos grandes momentos: antes de la creación de los ministerios de propaganda y después de ella, entre 1942 y 1943. Parte del triunfo de ese horror que significó el nazismo tuvo relación con la propaganda. En la segunda parte del siglo, el progreso tecnológico de los medios de comunicación ha ido creando y modificando sentimientos en las gentes. El pueblo alemán no levantaba la mano y, de pronto, todo el mundo levantaba la mano. Esas cosas están resurgiendo ahora en algunos países, como producto de la publicidad y la propaganda, de un manejo disimulado de la verdad. No es que los políticos se jacten de practicar la mentira; en realidad se jactan de disimularla, porque, ¿qué político se atrevería a decir que voten por él habiendo anunciado que no va a poder satisfacer las aspiraciones de toda la ciudadanía, pero que tal vez podrá preparar el terreno para que las realice el que le toque quince años después? No puede decir eso, aunque sea la verdad. Ésa es la diferencia entre los que se interesan en el gobierno de la república y los que se interesan sólo en el poder.

— En consecuencia, siempre ha ganado quien ha hablado bonito a este país.

Sí. Ha sido más en los últimos años cuando hemos tenido pruebas de que los gobernantes oradores han resultado menos eficaces. La previsión nunca ha sido una virtud peruana, tampoco la constancia, y entonces han sido celebradas la improvisación, la labia...

— ¿Hoy nos importa menos la oratoria de los políticos?

No, lo que ocurre es que ahora el lenguaje político y la corrección idiomática ya no son los mismos, debido al progreso tecnológico, a la invasión de la gente de provincia en la capital y a la desastrosa política legislativa que ha permitido que, de seis universidades que había hace treinta años, tengamos hoy en el país más de sesenta, cuando no tenemos profesores para cubrir diez. No se ha deteriorado el lenguaje, sino que hay otros niveles de corrección idiomática. Pensar que el habla de la capital debe ser el modelo es absurdo. La gente culta de ahora no es la misma de hace cincuenta años.

— ¿Dentro de cien años a qué políticos no se les citará en un libro de historia?

De todos nos olvidaremos. Si dentro de diez años ya nadie sabrá quién fue De Gaulle, que aparecía siempre en los periódicos de todo el mundo, imagínate qué suerte tendrán los gobernantes de acá. En política, es inevitable el olvido. Tú sabes quienes fueron Aristóteles y Platón, pero no te acuerdas de quienes gobernaban en esa época.

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