Activista, feminista, profesora universitaria y eterna curiosa: Gabriela Ferrucci acaba de publicar el libro "No quiero ser una cifra", donde narra una particular y violenta experiencia dentro de una relación "amorosa".
Activista, feminista, profesora universitaria y eterna curiosa: Gabriela Ferrucci acaba de publicar el libro "No quiero ser una cifra", donde narra una particular y violenta experiencia dentro de una relación "amorosa".

Gabriela Ferrucci Montoya (Lima, 1976) nació y creció en el seno de una burbuja. Una pompa de jabón de larga duración formada por, en sus palabras, el privilegio de una educación blanca. Al llegar a la PUCP para estudiar literatura, su burbuja empezó a desinflarse, aunque sin romperse. Aún no se rompe del todo, pero ya dejó de sentirse mal por ello. “Hay que ser consciente de nuestros privilegios, no entiendo por qué la gente le tiene miedo a esa palabra”, dice.

Gabriela es una mujer franca. Tal vez su vocación pedagógica es la que le impulsa a narrar sus experiencias y decisiones en voz alta, pues está segura que las causas que ha aprendido a abrazar necesitan nombrarse, mostrarse y dar testimonio. Activista LGTBIQ, feminista y docente universitaria, acaba de publicar un libro: No quiero ser una cifra, un crudo testimonio de una violenta relación que, hace diez años, la lastimó de diversas y profundas maneras, pero que hoy, mirando hacia atrás, se ve como un punto de quiebre que la llevaría por el camino en el que se descubriría a sí misma.

“El libro salió publicado un día antes de la cuarentena, por eso no ha tenido promoción, pero pueden encontrarlo en librerías Crisola 49 soles”, dice con un toque de pudor. Pudor que no tiene para decir que ella vivió y sobrevivió a la violencia doméstica y que el feminismo la salvó y empujó a ser una mejor persona.

Dices que el feminismo te cambió, ¿en qué momento llega el feminismo a tu vida?

Calculo que habrá sido hace unos seis o siete años y básicamente por amistades, aunque también un poco por curiosidad. En realidad, primero estuve más cerca a la comunidad LGTBIQ, conocía más esa problemática que el feminismo, aunque ahora entiendo que están hermanados. Y también fue que empecé a leer, a curiosear, a tratar de buscar respuestas a qué es lo que me había pasado, leer los testimonios de otras mujeres donde empecé a identificarme con varias cosas. Es por ahí que he entrado al feminismo, al escuchar a otras mujeres en situaciones iguales y diferentes a la mía.

¿Cómo fue el camino de ese cambio?

Creo que yo ya buscaba sacarme de encima la mochila de sufrimiento que fue lo que me dejó esa relación violenta que terminó hace diez años. Durante ese tiempo busqué una manera de sanar. al principio terapia y medicación, pero no fue suficiente, seguía ese malestar. Hubiera preferido que nunca me pase esto, pero pasó, así que, con mi alma de profe, dije “bueno, la manera en la que puedo sacar algo bueno de esto es a través de la educación”. Por eso mi activismo es más hacia lo educativo y por eso cuento las cosas que me pasan.

Las redes sociales suelen ser hostiles con los activistas.

Sí, sobre todo cuando ese activismo es feminista.

¿Más que contra los activistas LGTBIQ?

Mucho más.

¿Tu libro nace como una propuesta educativa también?

Sí, pero no solo es eso. Es un libro testimonial porque, aunque soy académica, no quería escribir como investigadora. Creo que en este caso el poder del testimonio es muy fuerte. Para mí fue importante trabajar el libro con Maria José, la ilustradora que es mi amiga, no solo porque su trabajo es muy bueno, sino porque hacer ese libro era remover cosas y yo quería tener cerca a mis amistades, necesitaba una red de contención. El haber conocido el feminismo me ha enseñado un montón, me ha enseñado tardíamente muchas cosas sobre las que no había puesto atención antes. Y, claro, hacer el libro ha sido darle una mirada a mi pasado con perspectiva, vi el paso del tiempo y vi todo eso bien acompañada y bien sostenida. Yo no hubiera podido escribir nada el año siguiente de terminada la relación, o durante ella, o cinco años después. El feminismo cambió totalmente mi visión del mundo. más que un movimiento es una manera de ser y de vivir y eso me permitió a mí explorar un poco más en lo que me había pasado y de eso también hablo en el libro.

Suena doloroso.

Empecé a escribir el libro con mucha rabia, sin la intención de hacer un libro de autoayuda o de enseñarle a las demás mujeres lo que les puede pasar o darles recomendaciones.

¿Tu activismo feminista nació al mismo tiempo que el activismo LGTBIQ?

Me considero activista feminista y he vivido hasta hace año y medio creyendo que era heterosexual. Nunca me había cuestionado, nunca pasó por mi cabeza que yo no fuera heterosexual, simplemente porque no podía ser. Yo trato de recordar mis épocas de colegio y nadie hablaba de una chica lesbiana o una chica bisexual. Es más, yo pensaba que bisexual es la típica chica que no se decide, que tiene una posición cómoda. Yo decía " soy hetero, soy hetero”, y le decía a una amiga “no soporto a los chicos”, “siempre hay algo que no encaja”, “no he tenido relaciones satisfactorias”, pero no me lo cuestionaba. Yo soy de la generación en la que al salir del colegio el plan de vida era estudiar, luego casarte y tener hijos. Y creo que yo buscaba eso…hasta que apareció mi novia en mi vida. Para mí fue un poco volver a la adolescencia, preguntarme quién soy, a qué grupo pertenezco. Y en el proceso de aceptar mi orientación sexual, de nuevo me salió el lado profe. Hice pública mi orientación sexual pensando en la que la visibilización podía ayudar a algunas personas.

¿No temiste algún rechazo?

Es que ha sido más fácil para mí porque no he tenido que pasar una adolescencia con miedos, con vergüenza por no encajar. Este cambio llegó a mí durante mi vida adulta en un momento en el que yo ya decía "es mi vida, qué me importa lo que digan los demás". Y cuando lo hice público entendí el poder de la visibilización, sobre todo con mis estudiantes, por cómo reaccionaron y el alivio que sintieron. Para mí fue un paso importante porque además mi novia es una persona de género no binario, así que todos los días aprendo mucho sobre ello y me queda muchísimo por aprender.

Enseñas cursos de humanidades, pero también enseñas redacción, ¿qué piensas del lenguaje inclusivo?

Soy defensora del lenguaje inclusivo porque para mí el lenguaje es un acto político. El lenguaje representa al mundo, construye al mundo, entonces creo que es importante la visibilización, y el lenguaje lo debe permitir. Para mí es una lucha constante porque soy profesora de redacción académica, entonces tengo que regirme a las normas de la RAE. Esa RAE que en Twitter nos dice Feliz día del orgullo mientras, como institución machista y patriarcal que es, invisibiliza la diversidad. Trato de defender el lenguaje inclusivo, me parece sumamente importante, porque lo que no se nombra no existe y para ser sujetos de derecho necesitamos ser nombrados y existir. Y trato de ir más allá, porque el lenguaje inclusivo incluso se queda en el binarismo, en el “vamos a incluir a las mujeres”, pero, ¿qué pasa con todas las diversidades sexuales y de identidad de género, que tampoco se piensa mucho cuando se habla del lenguaje inclusivo? La gente dice “niños y niñas” y pregunta por qué no puede solo decir niños. Pues yo les digo que hay niños, niñas y niñes, porque hay peques que nos e identifican ni como mujeres ni como hombres.

¿Y cómo lo manejas en clases?

Es una lucha constante. En mis clases, cuando hablo, trato de utilizar el lenguaje inclusivo, pero no les puedo pedir que redacten un texto argumentativo usando lenguaje inclusivo. Creo que va a pasar mucho tiempo para que realmente se acoja ese lenguaje incluso a nivel académico, pero hay que seguir dando la batalla.

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