Lima, no te quieren verde, por Pedro Ortiz Bisso
Lima, no te quieren verde, por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Luego de pasar por La Bombonera, Caminito y las peculiares callecitas de La Boca,  los buses turísticos que recorren Buenos Aires continúan hacia Puerto Madero, uno de los barrios más modernos de la capital argentina.

Hasta hace apenas tres décadas, sin embargo, la zona era un símbolo mayúsculo de la dejadez. El ingenio, la decisión política y la inversión privada hicieron posible que esta ribera abandonada se convirtiese en uno de los principales orgullos de los pobladores bonaerenses.

Río Verde es un proyecto mucho más modesto que Puerto Madero, aunque no por ello menos importante. No requiere de cientos de millones de dólares para albergar hoteles de lujo como el Faena o el Hilton, una universidad, departamentos, salas de cine o restaurantes elegantes. Cuesta mucho menos. Y es, antes que nada, una manera de reconciliar a Lima con el Rímac, ese río que millones de limeños  –entre familias y empresas, especialmente mineras– han convertido en su desagüe particular.

Allí donde reina la aridez y la podredumbre, el plan establece incorporar 25 hectáreas de áreas verdes; construir un malecón de dos kilómetros y medio de extensión e infraestructura cultural, deportiva y de servicios. Cuatro puentes peatonales unirán tres distritos –además del Cercado– y un grupo de shipibos que viven sobre un relleno sanitario tendrá un lugar digno para vivir.

Quizá porque en lugar de cemento abundaba el verde y se encuentra en uno de los patios traseros de la ciudad, la actual administración municipal decidió bajarle el dedo al proyecto. Dijo no va. Punto.

Tres ‘by-pass’ aparecidos por arte de magia resultaron más importantes que la recuperación de un espacio crítico. El cambio de planes se justificó con dos frases: “no es prioritario” y tiene “poco impacto”. De un plumazo se decidió que no es prioritario recuperar una zona ganada por el muladar y la delincuencia. Tampoco darle un poco más de aire a una metrópoli ahogada por el cemento. 

Ayer este Diario informó que mientras la Organización Mundial de la Salud recomienda que las ciudades tengan un mínimo de 9 m2 de áreas verdes por habitante, Lima apenas tiene 3,1 m2. En el ránking regional estamos en la cola. Arriba andan los contaminadísimos Santiago de Chile y México.  Pero ello no cuenta frente al imperio del ladrillo.

Río Verde iba a tener un papel integrador con otras áreas recuperadas en la ribera, como la Alameda Chabuca Granda –otrora territorio de los comerciantes de Polvos Azules– y el Parque de la Muralla,  curiosamente fruto de la anterior gestión del alcalde Castañeda, quien transformó una zona peligrosa en uno de los más populares atractivos turísticos del centro de la ciudad.

Río Verde era aire puro para una ciudad que se ahoga. Era volver a posar la vista en un espacio olvidado, ponerlo en valor, convertirlo en imán para futuras inversiones. No era un proyecto perfecto, ni mucho menos completo, pero abría el camino para hacer de la vera del Rímac un espacio para el disfrute, para vivir. Ahora se ha convertido en el símbolo de otra oportunidad perdida.

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