Enrique Planas

Hay libros que abren nuevos barrios para la ficción, historias que no teníamos mapeadas en nuestra tradición literaria. Un ejemplo: siempre hemos pensado en el editor bamba, en el imprentero pirata como un delincuente. Sin embargo, el reconocido cuentista , en su primera novela, nos presenta una escena conmovedora, terrible y divertida a la vez: un editor pirata, padre del protagonista, hace la cola ilusionado, con un libro ilegal de Vargas Llosa en mano, esperando a que el Nobel se lo firme. Un propósito que (disculpen el spoiler) no alcanzará. No hay lugar en la cultura oficial para él.

“Páginas del fin del mundo” no es una reivindicación a la piratería editorial, obviamente. Pero se trata de una novela que nos ayuda a entender que hay detrás de estos personajes tan demonizados mediáticamente. En sus páginas hay personas, barrios e imprentas invisibilizadas para el mundo de la formalidad y que, sin embargo, se mantienen en permanente pelea por la sobrevivencia, aportando a su manera en la formación lectora de la población.

Para Page, uno de los desafíos más importantes al momento de construir esta ficción tuvo que ver con generar este precario pero riquísimo universo: el de las denostadas imprentas ubicadas en el jirón Ica, en el Centro de Lima. Se trata de un paisaje urbano que conoce bien a raíz del trabajo de su propio padre. En efecto, desde la infancia, este narrador y editor lleva impregnados los olores de la cola y el aguarrás, el ruido de las máquinas, las imágenes de pliegos de papel, bobinas y refiladoras. “Todo eso nos habla de un tiempo desaparecido pero que dejó marcas profundas en muchas personas. Esos retazos de papel van entretejiendo la memoria”, afirma.

Desde la privilegiada posición de quien se reconoce como hijo de un editor pirata, Page nos muestra en su novela los conflictos y contrastes entre dos mundos: el de una industria editorial oficial, respaldada por el sistema cultural, y el de un veterano imprentero de izquierdas que ha debido luchar toda su vida contra ese sistema.

Marcelo, el protagonista, es un editor acomodado en una posición que le demandó grandes esfuerzos alcanzar, pero cuyos comportamientos recuerdan a los de su complejo padre, desaparecido en la historia que se cuenta. Así, la novela nos lleva a reflexionar cuán destinados estamos los hijos a repetir los errores de nuestros padres. O, por lo menos, cuánto tendemos a reflejarnos en ellos cuando descubrimos sus misterios. Para eso, el autor se vale de un narrador versátil que juega con el tiempo moviéndose de atrás para adelante, permitiendo que el pasado explique al presente y viceversa. “Uno no se explica sin el otro. Juntarlos te permite darte cuenta de verdades que, a veces, resultan muy veladas”, afirma el autor.

“Creo que sigo juzgando a mi padre hasta ahora, pero hoy lo entiendo más”, confiesa Page. “Quizá la literatura sirva para poder juzgar a otros con sentimiento. En la novela, el hijo logra entender las falencias de su padre, y descubre esa porosidad en un cuerpo que antes consideraba incólume. Eso termina por hacerlo crecer. Crecer es darte cuenta que tus héroes están hechos de paja”, dice.

Amor al papel

Los papeles empolvados y envejecidos eran las ruinas de la que fue en su tiempo nuestra civilización. Páginas ahora sin escritura, arrojadas al abismo sin lectores ni tiempo”, escribe Page en un libro que sugiere un profundo amor por el papel y por la época en que este invento no tenía la competencia de los artilugios digitales. Es así que “Páginas del fin del mundo” resulta un libro sumamente analógico y permanente: nos ofrece recuerdos de su infancia en los años 80 y de su juventud en los 90, pero igual el relato podría funcionar en cualquier década en la que predomine en las imprentas el olor a tinta y el uso de fotolitos.

“Estamos perdiendo la sacrosanta esencia de la tinta sobre el papel y todo lo que eso implica. En el acto de colocar tinta sobre el papel hay una ceremonia, privada, íntima y personal. Esa transmisión de la tinta en el papel hacia las personas es irremplazable”, señala el autor. “Umberto Eco decía que el libro es un artefacto perfecto. Y lo es: han pasado más de 500 años desde que se inventó y unos 200 desde que se industrializó, pero nada ha cambiado en él. Y nada tendría por qué cambiar. Era mentira esa amenaza apocalíptica de lo digital, que hace unos 10 años amenazaba con el fin del libro impreso. Ahora está más vivo que nunca”, afirma Page.

Título: "Páginas del fin del mundo”

Autor: Johann Page

Año: 2023

Editorial: FCE

Páginas: 258

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