Enrique Planas

Mientras los carros alegóricos desfilan por las flamantes avenidas, un presidente persigue a la reina del carnaval para dispararle agua de lavanda. Los limeños bailan hechizados al vaivén del valsecito y del charlestón, y dependiendo de la bravura del barrio, desde los balcones las mujeres podían verter aromas de flores o aguas servidas sobre los incautos. Allá abajo, los hombres respondían apretando jeringas o chisguetes dirigidos hacia los altos de la fachada.

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