Juan Paredes Castro

Pasan tantas cosas en el interior de las democracias en el mundo que los ciudadanos que eligen ya no saben a quién tienen en el poder, ni por qué ni para qué ni bajo qué control.

Los ciudadanos han perdido el sentido de su papel. Sienten que la esencia de su derecho a ser parte de un autogobierno les es permanentemente manipulada y arrebatada.

Si la delegación de poder en libertad y democracia resulta así de distorsionada e incontrolable, ya sabemos en qué tipo de tiranías acaba la delegación de poder impuesta por la fuerza.

Ahora mismo en el mundo no hay poder proveniente del voto ciudadano que pueda detener una guerra nuclear. Las amenazas y muertes se extienden en Ucrania y el Medio Oriente impunemente. Y ahora mismo en el Perú no hay poder proveniente del voto ciudadano que pueda detener el uso cínico, irresponsable y hasta mafioso del sistema electoral.

En efecto, si este sistema no estuviera plagado de defectos, vacíos y confusiones, no tendríamos a un congresista como Darwin Espinoza pretendiendo inscribir un partido mediante la abierta compra de firmas, ni al partido de Antauro Humala ya inscrito en el Jurado Nacional de Elecciones, ni a las autoridades de este organismo, de la ONPE y del Reniec eludiendo responsabilidades y buscando entornillarse en sus puestos.

Es más: mientras no tengamos el menor atisbo de reforma seria, rápida e integral, con padrones electorales que registran muertos como vivos y vivos como muertos, con procesos y resultados de votación generalmente desconfiables, y con la delegación de poderes transformada en el disfrute del botín estatal, el comportamiento del Gobierno, Congreso, Poder Judicial, Ministerio Público y Junta Nacional de Justicia va a estar día a día más cerca de la farsa que de la legitimidad.

No hay nivel de ejercicio del poder en el país que no se asiente definitivamente en la delegación de poder del voto ciudadano. De ahí la importancia y la necesidad urgente de blindarlo.

Tanto daño le puede hacer el propio ciudadano a su voto, permitiendo su enajenación; tanto daño le puede hacer un partido a sus militantes, manipulando y comercializando sus votos y los militantes a su partido, convirtiendo sus votos en poder delincuencial: como el que le pueden causar las autoridades electorales haciendo de la vista gorda a inscripciones de partidos como los de Pedro Castillo y Antauro Humala, que claramente persiguen la destrucción de la libre voluntad popular y del sistema democrático constitucional.

Finalmente, es tal el uso mafioso y de secuestro del voto ciudadano que democracias legítimas terminan convirtiéndose en dictaduras, como las de Nicaragua y Venezuela.

¿Estamos yendo hacia allá o ya estamos ahí?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Juan Paredes Castro es periodista y escritor