Ian Vásquez

En una semana se celebrará el Día de la Tierra. Desde que empezó, en 1970, el aniversario ha perdido la popularidad que tuvo. Esto sucedió en gran medida debido a que las predicciones catastrofistas de algunos medioambientalistas entusiastas no llegaron a cumplirse.

Por ejemplo, la supuesta sobrepoblación mundial no llegó a causar hambrunas masivas. En su lugar, hubo un incremento notable de la producción y el consumo de alimentos alrededor del mundo.

Aun así, el Día de la Tierra se puede aprovechar para discutir problemas reales de medio ambiente y posibles soluciones a ellos de manera desapasionada, sobre todo si se trata de un tema en el que se enfocan cada vez más las políticas públicas.

Un ejemplo tiene que ver con el plástico. Los gobiernos en países ricos y pobres, y a todo nivel, han tomado medidas para restringir o prohibir el uso de bolsas y sorbetes plásticos, por ejemplo, y hacer que el reciclaje sea obligatorio. Algunos proponen eliminar la producción de todo tipo de plástico.

Es verdad que el plástico ha causado problemas medioambientales. Por ejemplo, existe un enorme remolino de basura en el océano Pacífico, lleno de plástico. La gran mayoría de la contaminación de plástico termina en los mares y esto pone en peligro la vida marina.

Un reporte del MacArthur Foundation declaró que para el 2050 habrá más plástico en los mares que peces. Pero, como documenta la investigadora de la Universidad de Oxford Hannah Ritchie en su nuevo libro (“Not the end of the world”), hay que tener cierta dosis de escepticismo con respecto a tales estudios y tomar en cuenta la disyuntiva entre medidas propuestas para mejorar el medio ambiente y otras consideraciones.

Ritchie documenta que el reporte de MacArthur se basa en los estudios de un investigador que luego concluyó que la cantidad de peces en el mar es hasta diez veces mayor de la que pensaba. Y la fuente de la cantidad de plástico en la que se basó MacArthur dijo que no confiaba en el método que usó la fundación para estimar la cantidad de plástico en el 2050.

Muchos indicadores sobre el medioambiente no se pueden medir de manera sencilla y son fáciles de manipular. Otras cosas sí las podemos saber. El plástico conserva los alimentos de manera fenomenal. Sin ello habría un desperdicio alimenticio enorme con significativas consecuencias ecológicas debido al mayor uso tierras de cultivo, agua para irrigar y gases de efecto invernadero. El plástico también hace que el transporte en los vehículos no pese tanto, dice Ritchie, lo que reduce de manera significativa el uso de energía.

Los países ricos son los que más producen el plástico, pero los países pobres son los que más contaminan. Solamente un 0,3% del plástico producido a escala mundial termina en los mares. Es mucho menos de lo que la gente piensa, según las encuestas. El 81% de esa contaminación proviene de Asia. El 5% proviene de América del Sur. El problema es más concentrado en términos geográficos de lo que la gente comúnmente se imagina.

¿Será que los países ricos están exportando el plástico que desperdician a países pobres y de allí contaminan? No. Según Ritchie, solo un pequeño porcentaje de tal plástico es comercializado así.

Para la autora, las prohibiciones de sorbetes y muchos programas de reciclaje no hacen mucha diferencia (los sorbetes representan el 0,02% del plástico en el mar). Mucho mejor es invertir en la gestión de residuos en países pobres (más el crecimiento económico), sobre todo en los países que son fuente de contaminación del mar, y depender más de vertederos para plástico, que solo ocuparían el 0,001% de la superficie terrestre global.

Ian Vásquez Instituto Cato