Luigi Pirandello

En su íntima esencia, el es una forma de la vida misma, aún entre los animales superiores, los que sin embargo saben jugar y ofrecer su juego en espectáculo a los otros, tanto más entonces entre los hombres a quienes les es necesario representar su propia vida por una instintiva necesidad de verse en acción y de juzgarse, a fin de conocerse mejor a sí mismos en relación con los otros; esto es, frente al sentido inmanente de un todo, del que es oportuno saberse y sentirse partes no desligadas, sino elementos componentes. Según esa necesidad, el teatro nace en todo pueblo naturalmente.

Nace cuando el pueblo canta, en la alegría o en el llanto, en las fiestas religiosas y entonces uno se levanta exaltado o afligido para conmemorar a un Dios o a un héroe y los otros le hacen coro. Luego, dos o tres o más se elevan sobre la muchedumbre para personificar en una auténtica y precisa representación intercalada por las mesuradas pausas del coro los casos alegres o funestos del Dios o del héroe.

Antes era inconcebible que se pudiera prescindir del teatro. Llegaba cada año el día y más veces cada año en los que el teatro era el acontecimiento solemne, no tanto de ese día, sino de una expresión ansiada y necesaria de la vida en común, un ensayo que esta vida se ofrecía a sí misma, y la palabra del poeta se insertaba mucho más visiblemente entre los máximos valores ideales de esas sociedades humanas.

Hoy el verdadero teatro no ha perdido nada de su valor y no podría perderlo porque es intrínseco a su misma naturaleza y, por eso mismo, no podrá perderlo nunca. Lo que antes el pueblo –concurriendo en masa a los espectáculos solemnes de las festividades religiosas– hacía del teatro, un acto de vida asociada de altísimo valor espiritual, hoy el teatro mismo de por sí, por su virtud, cuando es verdadero teatro, lo hace de su público, como quiera que esté compuesto, por escaso que sea.

Quiero decir que cuando se represente frente a una sala medio vacía, frente a pocos y aislados espectadores, un verdadero trabajo de , entonces esa noche, esos pocos espectadores se han convertido ni más ni menos que en “el pueblo”, gracias a esa virtud mágica que la poesía adquiere cuando sus personajes cobran vida en escena. Y peor para quien no estaba: ha faltado a un acto de vida espiritual que se ha cumplido con toda realidad en el ámbito de la sociedad de la que él forma parte, y haberlo ignorado no será cosa de la que pueda enorgullecerse.

Dando voz a sentimientos y pensamientos, muy evidentes en el vivo juego de las pasiones representadas y que, por la naturaleza misma de esta forma de arte, deben ser puestos en términos mucho más claros y firmes, el teatro somete casi a un auténtico juicio público las acciones humanas como verdaderamente son, en la realidad escueta y eterna que la fantasía de los poetas crea para ejemplo y reproche de la vida natural cotidiana y confusa: libre y humano juicio que atrae eficazmente las conciencias de los mismos jueces a una vida moral siempre más elevada y exigente.


–Glosado y editado–

Texto originalmente publicado el 8 de agosto de 1954






*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Luigi Pirandello Era escritor, dramaturgo y novelista